Con la boca abierta...

..., jadeante, engullendo el aire a bocados.

Las manos agitándose frenéticas sobre la mesa: golpeando el alfabeto desordenado del teclado, estrujando el múrido sintético que lija la superficie acrílica con su rígida panza, reubicando carpetas con informes carentes de información y sobrados de formas, derramando ríos de tinta de trescientos micrómetros de sección sobre una pila de papeles desordenados, arracimando ordenadamente otros papeles dentro de la papelera, bailando con la obsoleta calculadora que espera resignada su jubilación... Manos, manos, manos agitándose, tocando cajones, bandejas, cuartillas y teclas, muchas teclas. La taza quieta en una esquina, tiempo ha humeante, ahora fría.

La boca abierta, jadeante, reseca.

Ojos abiertos, resecos, jadeantes, agitándose frenéticos, devolviendo su mirada a una pantalla parpadeante, que danza al mismo son que las manos, que los ojos, que las teclas, que los jadeos. El corazón golpeando contra las costillas, con dureza. Pies hinchados, rodillas pétreas, envidiando la actividad que reina medio metro arriba.

La boca abierta, jadeante, más abierta, más jadeante, famélica de aire.

Hambrienta de libertad, la mano izquierda se rebela, se aleja del teclado, se aleja de la mesa, intenta alejarse del brazo, compitiendo en rigidez con las rodillas, con la espalda que se arquea violentamente. La mano derecha declara una huelga a la japonesa, suelta el ratón y corre rauda a apoyar al tronco convulso, sosteniéndolo por el pecho. Bajo las costillas el corazón se silencia, golpeando con pereza, flojamente, siguiendo una costumbre de años que le cuesta dejar de golpe.

La boca abierta, jadeante. La mandíbula de yeso.

La silla adopta un ángulo imposible entre el suelo y la espalda y decide quitarse de enmedio. La oreja izquierda decide suplantar a la mano y se estampa contra las teclas: primero la R, casi de inmediato la E, la W, la S y la D. La H, tan muda como siempre, acoge la nariz que decide unirse a la tarea.

La boca abierta, jadeante, reposa sobre la barra espaciadora.

La pantalla sugiere un "REWSDHHHHHHHHH ", esperando una respuesta, ignorando que nunca llegará. Los ojos hipnotizados por estrellitas virtuales, se empeñan en continuar abiertos, hasta quedar ciegos. La cabeza decide seguir al cuello mesa abajo, la nariz se despide de la tecla H y saluda al suelo con un banquete de mocos y sangre. La mano izquierda se encuentra accidentalmente con la derecha bajo el pecho, bajo el corazón, que ya es tan solo un músculo muerto.

Y la boca, abierta, exhala un último jadeo.

Publicado en La Kabaña, en mayo de 2007.

2 comentarios:

Gonzalo dijo...

Genial!
Casi me da a mi un infarto al leerlo!!! es que soy muy apasionado, me meto mucho en el papel... incluso leyendo.. ja ja ja!!
No, en serio, me ha encantado. Genial el paralelismo humano-máquina.
Dicen que lo bueno es escribir en base a lo que uno conoce bien, y a partir de ahí inventar, mentir... Creo que tú lo has hecho en este relato.
Espero leerte mas.
Saludos.

unklet0m dijo...

¡Oño, Gonzalo! ¡Muchas gracias por pasarte por aquí! Me alegra que te haya gustado.
(por cierto, no se lo digas a nadie, pero este cuento es absolutamente autobiográfico: hace mucho tiempo que me dió un telele, estoy muerto... y ya güele, ya...)